Esta mañana,
como muchas otras mañanas de domingo, salí hacia el Mercado de Colón, bajo el típico sol valenciano y su esplendorosa
luz.
Los otros domingos, iba al Mercado de Colón
para deleitarme con algún concierto de las bandas de la Comunidad. Sabía que
hoy no hay concierto, pero quería ver la ciudad en las Fiestas de fin de año y
tomar algunas fotos de mi ciudad preferida, para compartir con mis amigos
distribuidos por el mundo, desde las dos Américas hasta Moscú.
Decidí
cambiar un poco la ruta y llegue primero a la Plaza del Ayuntamiento, con la
esperanza de encontrar algo del ambiente navideño que no había sentido en mi
barrio.
Allá, sonaba una música, como
una copia descolorida de la música de las películas americanas de Navidad. Era
para los que patinaban sobre una pista
de hielo artificial. Ni me acerqué. Había
gente, ni mucha, ni poca, la gente que igual a mi, parecía que buscaba “algo”, sin encontrarlo.
Lo único
que recordaba que estamos en esta época del año era un gran cono, supuestamente
minimalista o algo así, que probablemente simboliza el tradicional árbol de
Navidad.
En un puesto de venta de flores había cierta alegría, sugerida por la mezcla de colores y por el mismo símbolo de las flores. La gente seguía mirando y andando lentamente.
Seguí mi
camino hacia el Mercado, intentando encontrar atractivas vitrinas decoradas
para la época y tomar alguna foto, algún recuerdo de mi primera y
probablemente la última Navidad en Valencia. No logré encontrar gran cosa, ni para
mí, ni para mis amigos lejanos.
En el
Mercado de Colon logre encontrar aquel gran árbol que parecía natural, y un
nacimiento típico. Era lo que buscaba; ni de esta vez, mi querido Mercado me había
defraudado…
Además, allá estaba el carrito
de la horchata para poder fotografiarlo
y llevarme el sabor de este refresco tan valenciano entre mis recuerdos.
Seguí mi
camino buscando más vitrinas. Encontré pocas, las de los que siguen celebrando
la vida, sin mostrar públicamente su
sufrimientos por la caída del consumismo habitual.
Pasé por delante de una bella iglesia y también,
encontré unos naranjos, los árboles que siempre recuerdan que en estas fechas
deben decorarse con sus redondos frutos, como soles; ellos nunca dejan de celebrar
las navidades y no les importan que los del Ayuntamiento no les ponen luces de
colores por la calle.
Después, encontré dos grandes camellos con aspecto casi fallero, reposando en una vitrina y finalmente,
llegue a la encantadora Casa Ferrer.
Sigue igual de hermosa, con su
decoración modernista que hoy, bajo el
intenso azul del cielo de un diciembre valenciano, me pareció casi navideña…
Es una de las joyas
de Valencia.
Siempre me quedaré con el sueño de poder vivir en uno de sus apartamentos o al menos, de haber podido conocer alguno…
Siempre me quedaré con el sueño de poder vivir en uno de sus apartamentos o al menos, de haber podido conocer alguno…
Quedará entre mis
recuerdos de esta bella ciudad.
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