Son ilustraciones de las famosas revistas Vogue, Vanity Fair
y Gazette du Bon Ton,todas, obras de un importante artista español del siglo XX:
Eduardo García Benito.
Con esta entrada no pretendo comentar sobre la obra y la
vida de Benito. Simplemente, me resumo reproducir un artículo publicado por
José López Rubio en la Revista Blanco y Negro, numero 2015, del año 1929.
Un artista español en Madrid
Benito, su vida y su arte
Eduardo García Benito ha recalado en Madrid, después de
veinte años. De estos veinte años, apenas diez le han bastado para lograr una
consagración completa. Desde París, su fama se ha extendido por el mundo, su
nombre se ha grabado al pie de las estampas más elegantes, primero horizontal,
extendido, y luego formando una torre, silaba sobre silaba, hasta lograr el
ahilamiento, la distinción, la delgadez que el artista ha impuesto a la mujer
de su tiempo.
Hoy, Benito es nuestro, de nuestras calles, de nuestros
cafés, del otoño gris azul de Madrid. Su coche se enreda en direcciones de
circulación, que todavía no conoce bien. Sus portadas de Vogue, de Fémina, de
Vanity Fair, que llegan desde París, desde Londres, desde Nueva York, le
saludos en los quioscos, dándole el termómetro de su universalidad, de esa
universalidad que él no podrá nunca llegar a percibir por completo, que se
difunde hasta los rincones más apartados, donde una nueva sensibilidad
cristaliza y un nuevo sentido de belleza logra, por fin, tomar estado.
Benito, moreno, casi verde, con toda su viveza despierta en
los ojos, peinado a la manera que siempre imaginamos peinado a Picasso, busca
unos meses de reposo en Madrid y habla un
español mezclado en la conversación con el francés, que le ha calado
hasta los huesos, y el inglés de América aprendido rápidamente, incorporado por
lo indispensable en sus relaciones con el nuevo mundo de arriba.
Hace justamente veinte años que Eduardo García Benito vino a
Madrid por primera vez, desde su Valladolid natal. A los doce años de edad ya
es alumno de Dibujo, y llega poco
después a la Escuela de Bellas Artes de San Femando. Trabaja al mismo tiempo,
fuera del rigor cotidiano de sus clases
de estatua, de figura y de ropaje.
Ilustra las truculentas escenas de Los Sucesos. Por entonces -aquí la anécdota- un alcalde de la corte contesta a la petición formulada
por cierto diario de que se construyan en Madrid piscinas de natación con el ex
abrupto de “qué se bañen en la Cibeles”.
Benito y un amigo suyo acuden, en correcto traje de baño, a sumergirse
en el pilón siguiendo al pie de la letra las indicaciones del edil, y son
multados con cincuenta pesetas cada uno. Ya ha recibido entonces, un buen
bautizo de españolismo: el del agua más fría y dura de Madrid, agua que es tan
de piedra como la misma diosa y los leones que arrastran su carro. Por eso,
aunque Benito se marche lejos, hay que esperar este regreso de ahora, en que
para descanso, elige el invierno apretado y el cielo alto de Madrid.
La primera salida a París, en 1911, pensionado por el
Ayuntamiento de Valladolid. Benito es un pintor, el pintor que ha seguido
siendo, además, y ha crecido con él, mientras que su dibujo consigue más y más
la perfecta sutilidad. El primer envío de su pensionado es un cuadro que
representa unas campesinas castellanas. En España, entonces, y todavía, las
campesinas castellanas eran un tema pictórico indispensable.
La pensión que ha llevado a París a este chico vallisoletano
es cada vez menos necesaria. Benito se mueve pronto en París con la libertad y
la amplitud del que ha encontrado su medio y, en su medio, la orientación clara
que los años ya no tienen más que ir concretando y
añadiendo perfil.
1916, Dibujo - Eduardo García Benito
1920, Dibujo - Eduardo García Benito
1923,La señora de Benito
La guerra ofrece a Benito una oportunidad que nadie sino él,
con sus ojos agudos, ve en el momento. Se le ocurre resucitar con unos grabados
en madera la tradición de las images d´Epinal, que han seguido en Francia,
desde Napoleón, a toda actualidad histórica. Benito hace diez o doce estampas
de este título popular en el mismo 1914. Entre ellas Colignon, La tour
d´Auvergne, Le Roi des Belges, que pronto llenan todos los rincones de Francia
y comentan en colores las primeras emociones de la gran guerra.
1918, Dibujo - Eduardo García Benito
1918,Una lamina del libro "Reims", Dibujos - Eduardo García Benito
Al mismo tiempo hace una serie de aguafuertes para Sagot. Su
avidez, su inquietud le hacen aprovechas todos los procedimientos que puede
ofrecer a su arte, cada día más entero; los medios que su espíritu puede
precisar en busca de la expresión definitiva. Trabaja, estudia, profundiza,
extrae. Más que saber, quiere no ignorar. No quiere que le falte un día el
conocimiento, la técnica que ha de servir a su inteligencia, a su clara
percepción de buscador de nuevo arte.
Es en este momento cuando se cumple un signo que estaba
escrito en la vida del pintor y que, sin romper las amarras con su arte
fundamental, le encauza hacia donde menos podía esperar, le trae su mejor
suerte y le arranca lo más sutil de sí mismo. Este sign, si queremos
materializarlo, darle un nombre, una barbita y un chaqué, se llama Paúl Poiret.
Paúl Poiret no es
sólo nada menos que Paúl Poiret. Es, además el más fino catador de artistas de
Paris, posee la más interesante colección de pintura moderna, se arruina
cuantas veces sea necesario por convertir en arte más puro los millones que
gana con el arte aplicado de sus creaciones. Paúl Poiret ha descubierto a
Benito entre miles de artistas y, para conducirlo hacia lo que quiere conseguir
de él y ha de convertirle en uno de los más famosos dibujantes contemporáneos, le
encarga unos panneaux decorativos y, por fin, unos figurines de modas. Él modisto
ha dado en el blanco, ha arañado en el fondo de la exquisita sensibilidad de
Benito, que, aunque siga pintando, es ya
en 1915 el hombre de Fémina y de Vogue.
Benito trae en las
manos un arte nuevo. Ha vivido la misma bohemia con Juan Gris, con Picasso, con
Gargallo, con Modigliani. Conoce bien las fórmulas y las audaces teorías que
han de aparecer , definidas y fecundas en las primeras Exposiciones cubistas
con la adhesión entusiasta y los manifiestos de Apollinaire, de Cocteau y de
Max Jacob.
Benito es el primer artista que utiliza las nuevas maneras
de la pintura para llevarlas al dibujo, al dibujo de las revistas, que
larguidece bajo el arte súbitamente envejecido de Barbier, de Fabiano.
Ya está Benito dentro del arte más justo que él mismo
produce. Sin embargo, envía cuadros a la Exposición de 1917. Uno de estos
cuadros es adquirido por el Estado francés para el Museo de Luxemburgo. El
mismo año, unos grabados suyos van al Museo de la Guerra, recién abierto.
En la Gazzette du Bon Ton, la más interesante publicación
del momento, es Benito el definidor de la nueva elegancia. A su lado nacen y
crecen Lepape, Martin, Mourgue...
Acude a los Salones de Otoño de 1919 y 1920, volviendo a
ser, en estas ocasiones, el otro, el pintor, su vida paralela. En el Salón de
Otoño de 1919 es adonde lleva sus panneaux decorativos y sus dibujos en blanco
y oro. Es elegido societario del Salón de Otoño, la mejor distinción
extraoficial en esa Francia que, con tan buen tino, sabe hacer oficial, no al
arte que se cae de viejo, sino al arte que trae justa prisa por consagrarse, la
verdad que necesita ser escuchada pronto.
Al Salón Nacional de 1919 lleva su famoso retrato de M. y
Mme. Paúl Poiret. Es con esa facilidad de triunfo que ganan sus obras
inmediatamente, elegido societario de la Nacional. Ya lo es todo y, sobre todo,
es él. Su forma es perfecta. Su dominio de la técnica ciñe y anima todo cuanto
toca. Marca el justo sentido de la elegancia, impone unas nuevas líneas. Hace
su hora, apura los resortes más limpios de su arte, crea para su tiempo un tipo
nuevo de mujer, un nuevo tipo de elegancia. Entrega a la mujer de post-guerra su verdadero
estilo, la descubre y la acusa. Sus fórmulas sirven para todo un largo momento
del siglo.
En este pleno éxito, en esta parada de la perfección de su
arte, Condé Nast y Crowninshield le llaman a América y le roban a la vieja Europa
que él, Benito, ha hecho nueva.
Expone sus obras, al desembarcar, con el más completo éxito,
en un salón de la Quinta Avenida.
Obtiene en 1923, el mismo año de su llegada, la medalla de los ilustradores.
Decora la casa de Gloria Swanson, recién marquesa de la Falaise. No es el
triunfo rápido ahora. Es la rápida confirmación de su éxito, que París ha
irradiado en todo el mundo. Sus triunfos vienen de antes y Nueva York no hace
más que aprisionarlos por unos años.
Su arte, no es, porque no puede serlo, más perfecto. Como
dice H.K. Frenzel, “combina su vitalidad con una gran fuerza de sugestión”. Une
a su maravillosa inteligencia un absoluto dominio de la forma, de todas las técnicas.
En Nueva York trabaja, trabaja, trabaja. Retratos,
decoraciones, portadas, ilustraciones, anuncios, carteles, figurines. Todo ha
de llevar su firma, porque su firma es la firma del día. Trabaja hasta no
querer trabajar más, hasta sentir la necesidad urgente de huir de América
incansable. E s rico, no tiene ya más fama que ganar, está cansado y eso nos lo
devuelve, lo que lo trae a Madrid, por unos meses, a nuestras calles y a
nuestra vida, al sano contraste de un tratamiento de inactividad.
Esta es la historia de este español del mundo que es hoy
huésped de Madrid. Esta es también, hasta hoy, la línea de su arte, lleno aún
de ideas inéditas, de creaciones futuras. Pocos artistas como él tienen un fondo tan rico de reservas de todos los
colores. Clava en todos las flechas de
sus miradas finas, tiene despierta su sensibilidad para captar lo más sutil del
aire. Su mano, que ha trazado, obediente, las líneas más elegantes, esa mano
que estrechamos hoy, tiene aún muchos mares azules que descubrir
Las siguiente imágenes son adicionales para complementar la ilustración del contenido del texto.
Óleo de García Benito sobre el matrimonio de Poiret y Boulet
El Libro "REIMS" ilustrado por Benito:
Algunos links interesantes sobre la vida y la obra de Benito: