miércoles, 26 de junio de 2013

BENITO, su vida y su arte





Son ilustraciones de las famosas revistas Vogue, Vanity Fair y Gazette du Bon Ton,todas, obras de un importante artista español del siglo XX: Eduardo García Benito.


Con esta entrada no pretendo comentar sobre la obra y la vida de Benito. Simplemente, me resumo reproducir un artículo publicado por José López Rubio en la Revista Blanco y Negro, numero 2015, del año 1929.

Un artista español en Madrid
Benito, su vida y su arte
Eduardo García Benito ha recalado en Madrid, después de veinte años. De estos veinte años, apenas diez le han bastado para lograr una consagración completa. Desde París, su fama se ha extendido por el mundo, su nombre se ha grabado al pie de las estampas más elegantes, primero horizontal, extendido, y luego formando una torre, silaba sobre silaba, hasta lograr el ahilamiento, la distinción, la delgadez que el artista ha impuesto a la mujer de su tiempo.
Hoy, Benito es nuestro, de nuestras calles, de nuestros cafés, del otoño gris azul de Madrid. Su coche se enreda en direcciones de circulación, que todavía no conoce bien. Sus portadas de Vogue, de Fémina, de Vanity Fair, que llegan desde París, desde Londres, desde Nueva York, le saludos en los quioscos, dándole el termómetro de su universalidad, de esa universalidad que él no podrá nunca llegar a percibir por completo, que se difunde hasta los rincones más apartados, donde una nueva sensibilidad cristaliza y un nuevo sentido de belleza logra, por fin, tomar estado.
Benito, moreno, casi verde, con toda su viveza despierta en los ojos, peinado a la manera que siempre imaginamos peinado a Picasso, busca unos meses de reposo en Madrid y habla un  español mezclado en la conversación con el francés, que le ha calado hasta los huesos, y el inglés de América aprendido rápidamente, incorporado por lo indispensable en sus relaciones con el nuevo mundo de arriba.
Hace justamente veinte años que Eduardo García Benito vino a Madrid por primera vez, desde su Valladolid natal. A los doce años de edad ya es alumno de  Dibujo, y llega poco después a la Escuela de Bellas Artes de San Femando. Trabaja al mismo tiempo, fuera del rigor  cotidiano de sus clases de estatua, de figura  y de ropaje. Ilustra las truculentas escenas de Los Sucesos. Por entonces  -aquí la anécdota- un  alcalde de la corte contesta a la petición formulada por cierto diario de que se construyan en Madrid piscinas de natación con el ex abrupto de “qué se bañen en la Cibeles”.  Benito y un amigo suyo acuden, en correcto traje de baño, a sumergirse en el pilón siguiendo al pie de la letra las indicaciones del edil, y son multados con cincuenta pesetas cada uno. Ya ha recibido entonces, un buen bautizo de españolismo: el del agua más fría y dura de Madrid, agua que es tan de piedra como la misma diosa y los leones que arrastran su carro. Por eso, aunque Benito se marche lejos, hay que esperar este regreso de ahora, en que para descanso, elige el invierno apretado y el cielo alto de Madrid.
La primera salida a París, en 1911, pensionado por el Ayuntamiento de Valladolid. Benito es un pintor, el pintor que ha seguido siendo, además, y ha crecido con él, mientras que su dibujo consigue más y más la perfecta sutilidad. El primer envío de su pensionado es un cuadro que representa unas campesinas castellanas. En España, entonces, y todavía, las campesinas castellanas eran un tema pictórico indispensable.
La pensión que ha llevado a París a este chico vallisoletano es cada vez menos necesaria. Benito se mueve pronto en París con la libertad y la amplitud del que ha encontrado su medio y, en su medio, la orientación clara que  los años  ya no tienen más que ir concretando y añadiendo perfil.

1916, Dibujo - Eduardo García Benito

1920, Dibujo - Eduardo García Benito

1923,La señora de Benito

La guerra ofrece a Benito una oportunidad que nadie sino él, con sus ojos agudos, ve en el momento. Se le ocurre resucitar con unos grabados en madera la tradición de las images d´Epinal, que han seguido en Francia, desde Napoleón, a toda actualidad histórica. Benito hace diez o doce estampas de este título popular en el mismo 1914. Entre ellas Colignon, La tour d´Auvergne, Le Roi des Belges, que pronto llenan todos los rincones de Francia y comentan en colores las primeras emociones de la gran guerra.

1918, Dibujo - Eduardo García Benito

1918,Una lamina del libro "Reims", Dibujos - Eduardo García Benito

Al mismo tiempo hace una serie de aguafuertes para Sagot. Su avidez, su inquietud le hacen aprovechas todos los procedimientos que puede ofrecer a su arte, cada día más entero; los medios que su espíritu puede precisar en busca de la expresión definitiva. Trabaja, estudia, profundiza, extrae. Más que saber, quiere no ignorar. No quiere que le falte un día el conocimiento, la técnica que ha de servir a su inteligencia, a su clara percepción de buscador de nuevo arte.
Es en este momento cuando se cumple un signo que estaba escrito en la vida del pintor y que, sin romper las amarras con su arte fundamental, le encauza hacia donde menos podía esperar, le trae su mejor suerte y le arranca lo más sutil de sí mismo. Este sign, si queremos materializarlo, darle un nombre, una barbita y un chaqué, se llama Paúl Poiret.
Paúl Poiret  no es sólo nada menos que Paúl Poiret. Es, además el más fino catador de artistas de Paris, posee la más interesante colección de pintura moderna, se arruina cuantas veces sea necesario por convertir en arte más puro los millones que gana con el arte aplicado de sus creaciones. Paúl Poiret ha descubierto a Benito entre miles de artistas y, para conducirlo hacia lo que quiere conseguir de él y ha de convertirle en uno de los más famosos dibujantes contemporáneos, le encarga unos panneaux decorativos y, por fin, unos figurines de modas. Él modisto ha dado en el blanco, ha arañado  en  el fondo de la exquisita sensibilidad de Benito, que,  aunque siga pintando, es ya en 1915 el hombre de Fémina y de Vogue.



















Benito trae  en las manos un arte nuevo. Ha vivido la misma bohemia con Juan Gris, con Picasso, con Gargallo, con Modigliani. Conoce bien las fórmulas y las audaces teorías que han de aparecer , definidas y fecundas en las primeras Exposiciones cubistas con la adhesión entusiasta y los manifiestos de Apollinaire, de Cocteau y de Max Jacob.
Benito es el primer artista que utiliza las nuevas maneras de la pintura para llevarlas al dibujo, al dibujo de las revistas, que larguidece bajo el arte súbitamente envejecido de Barbier, de Fabiano.
Ya está Benito dentro del arte más justo que él mismo produce. Sin embargo, envía cuadros a la Exposición de 1917. Uno de estos cuadros es adquirido por el Estado francés para el Museo de Luxemburgo. El mismo año, unos grabados suyos van al Museo de la Guerra, recién abierto.
En la Gazzette du Bon Ton, la más interesante publicación del momento, es Benito el definidor de la nueva elegancia. A su lado nacen y crecen Lepape, Martin, Mourgue...
Acude a los Salones de Otoño de 1919 y 1920, volviendo a ser, en estas ocasiones, el otro, el pintor, su vida paralela. En el Salón de Otoño de 1919 es adonde lleva sus panneaux decorativos y sus dibujos en blanco y oro. Es elegido societario del Salón de Otoño, la mejor distinción extraoficial en esa Francia que, con tan buen tino, sabe hacer oficial, no al arte que se cae de viejo, sino al arte que trae justa prisa por consagrarse, la verdad que necesita ser escuchada pronto.
Al Salón Nacional de 1919 lleva su famoso retrato de M. y Mme. Paúl Poiret. Es con esa facilidad de triunfo que ganan sus obras inmediatamente, elegido societario de la Nacional. Ya lo es todo y, sobre todo, es él. Su forma es perfecta. Su dominio de la técnica ciñe y anima todo cuanto toca. Marca el justo sentido de la elegancia, impone unas nuevas líneas. Hace su hora, apura los resortes más limpios de su arte, crea para su tiempo un tipo nuevo de mujer, un nuevo tipo de elegancia. Entrega  a la mujer de post-guerra su verdadero estilo, la descubre y la acusa. Sus fórmulas sirven para todo un largo momento del siglo.
En este pleno éxito, en esta parada de la perfección de su arte, Condé Nast y Crowninshield le llaman a América y le roban a la vieja Europa que él, Benito, ha hecho nueva.
Expone sus obras, al desembarcar, con el más completo éxito, en un salón de la Quinta  Avenida. Obtiene en 1923, el mismo año de su llegada, la medalla de los ilustradores. Decora la casa de Gloria Swanson, recién marquesa de la Falaise. No es el triunfo rápido ahora. Es la rápida confirmación de su éxito, que París ha irradiado en todo el mundo. Sus triunfos vienen de antes y Nueva York no hace más que aprisionarlos por unos años.
Su arte, no es, porque no puede serlo, más perfecto. Como dice H.K. Frenzel, “combina su vitalidad con una gran fuerza de sugestión”. Une a su maravillosa inteligencia un absoluto dominio de la forma, de todas las técnicas.
En Nueva York trabaja, trabaja, trabaja. Retratos, decoraciones, portadas, ilustraciones, anuncios, carteles, figurines. Todo ha de llevar su firma, porque su firma es la firma del día. Trabaja hasta no querer trabajar más, hasta sentir la necesidad urgente de huir de América incansable. E s rico, no tiene ya más fama que ganar, está cansado y eso nos lo devuelve, lo que lo trae a Madrid, por unos meses, a nuestras calles y a nuestra vida, al sano contraste de un tratamiento de inactividad.

Esta es la historia de este español del mundo que es hoy huésped de Madrid. Esta es también, hasta hoy, la línea de su arte, lleno aún de ideas inéditas, de creaciones futuras. Pocos artistas como él tienen un  fondo tan rico de reservas de todos los colores.  Clava en todos las flechas de sus miradas finas, tiene despierta su sensibilidad para captar lo más sutil del aire. Su mano, que ha trazado, obediente, las líneas más elegantes, esa mano que estrechamos hoy, tiene aún muchos mares azules que descubrir


Las siguiente imágenes son adicionales para complementar la ilustración del contenido del texto.
Óleo de García Benito sobre el matrimonio de Poiret y Boulet

El Libro "REIMS" ilustrado por Benito:





Algunos links interesantes sobre la vida y la obra de Benito: