Por VICENTE BLASCO IBAÑEZ
"La vuelta al mundo de un novelista" -Vol. I, 1924/1925
LOS PRIMEROS DÍAS DE NAVEGACIÓN
La American Express, sociedad de Nueva York que dirige este viaje, ha montado en la penúltima cubierta una oficina que ocupa varios salones. En este centro hay un banco, con mostrador de caoba, rejas de bronce y cajas de valores, graciosa reducción de los grandes establecimientos terrestres de igual género. El telégrafo inalámbrico te trae todas las mañanas la cotización de las diversas monedas, para que los viajeros puedan cambiar su dinero. Además admite cheques sobre todas las plazas del mundo, abre créditos, guarda depósitos, realiza cobros por medio del telégrafo en el otro lado de la tierra, cumple cuantos encargos financieros se le quieran confiar.
Oficial radiotelegrafista del Carguero Asie, 1922 |
Sala de radio con los telégrafos inalámbricos
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Hay un director del viaje, hombre instruidísimo que guarda en su memoria todas las vías de comunicación existentes en el planeta, con sus innumerables enlaces y combinaciones, y percibe por sus trabajos 12.000 dólares al año, una remuneración superior al sueldo de muchos jefes de gobierno en Europa.
Tiene a sus órdenes un Estado Mayor de veinticuatro funcionarios, retribuidos también con largueza. Unos son antiguos profesores de Universidad, especialistas en materias geográficas y lenguas orientales, que darán conferencias durante el viaje; otros, simples hombres de acción, exploradores que vivieron en las regiones menos conocidas de la China y la India, norteamericanos enérgicos e instruidos que para descansar de sus andanzas se han alistado en esta expedición sin riesgos. Ellos servirán de guías a los pequeños grupos de viajeros que abandonando el buque se lancen a través de las naciones asiáticas.
Lo primero que se nota al ir conociendo las gentes que ocupan el Franconia es la preponderancia numérica de las mujeres sobre los hombres. Esto no es extraordinario, pues en los Estados Unidos todo lo que significa vulgarización literaria, cultivo de las artes o simple curiosidad intelectual, ve acudir inmediatamente un público compuesto en su mayor parte de elemento femenino. Además, la mujer norteamericana, intrépida y ansiosa de saber, disfruta en su vida de familia de una completa independencia
1924, La moda de la época (Jean Patou y sus modelos en Nueva York) |
Años 20, en la Universidad de Chicago |
Miss America, 1923 |
Vienen en el buque muchas esposas y muchas solteras que viajan solas. Los maridos o los padres continúan en los Estados Unidos, prisioneros de sus negocios comerciales o de sus profesiones científicas. Los compañeros de viaje son generalmente ingenieros o banqueros en ciudades del interior, sesudos varones que, después de esforzarse para conseguir una fortuna, creen llegado el momento de descansar por unos meses, dando la vuelta a la tierra.
En un crucero, 1922 |
Pasajeros de un crucero, años 20 |
Dos elegantes señoras de los años 20 |
. Scott, Scottie y Zelda Fitzgerald - 1924 - En uno de sus múltiples cruceros |
Greta Garbo y su mentor, el director sueco Mauritz Stiller, en
la cubierta del trasatlántico Drottningholm - 1925
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Cruzo mi saludo con algunos viejos de aire modesto y tímido,
mediocremente vestidos. Los creo tenderos de alguna pequeña ciudad perdida en
los vastísimos estados del centro de la gran República. Luego, en el curso de
nuestro periplo, leyendo los periódicos que mencionan a todas las personas
notables de la expedición, me entero de que estos pobres señores son
presidentes de compañías eléctricas célebres en la tierra entera, de grandes
ferrocarriles, de empresas metalúrgicas, en una palabra, hombres que cuentan su
fortuna por millones de dólares y al traducirla en cifras necesitan emplear dos
unidades y a veces tres.
1923, Sala para fumar en S.S. Leviathan |
1923, La sala de lectura en
S.S. Leviathan
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1923, Salón de té en S.S. Leviathan |
En otro buque y con otras gentes hubiese sido imposible vivir varios meses sin rivalidades, disputas y murmuraciones agresivas. La monótona existencia en las soledades del océano acaba por despertar y excitar lo peor que llevamos en nosotros. Por eso, en las antiguas navegaciones, lo primero que hacía el maestre de la nave al darse ésta a la vela, era recoger las espadas de los viajeros. Además, las ofensas recibidas durante la navegación, así como los desafíos concertados, se consideraban sin valor alguno al saltar a tierra. En el Franconia han transcurrido semanas y meses sin que se alterase una sola vez la afectuosidad sincera, la llaneza sonriente de tantas señoras y señoritas, y de tantos hombres de negocios, ingenuos y entusiastas como niños grandes.
Junto a la piscina, en un crucero, años 20-30 |
En un crucero, en los años 20 |
A bordo de SS Normandie, años 20 |
Una suite en SS Leviathan , 1923 |
Casi todos los pasajeros proceden de los Estados Unidos.
Sólo figuran en esta expedición tres viajeras inglesas y dos de lengua
española. Éstas son una distinguida dama de América del Sur y su doncella, que
hace años la sigue a todas partes y es de un pueblo cerca de Burgos. Casilda
-así se llama la española-ha visto mucho en Europa, y al contar sus impresiones
del viejo mundo, las resume en las tres visitas que hizo al Vaticano
acompañando a su señora chilena.
- Yo he conocido tres Papas -dice con orgullo.
Ahora va a conocer algo más, la redondez del planeta, y se
mueve en el buque con curiosidad, con cierta desconfianza, pero sin miedo. Sólo
se había embarcado en un vaporcito suizo del lago Lemán. La primera vez que ha
puesto sus plantas en unas tablas movidas por el océano, ha sido simplemente
para dar la vuelta entera a nuestro planeta, y continúa tal viaje sin mostrar
grandes asombros.
A mí no me extraña esta serenidad, pues recuerdo el origen
de los héroes del descubrimiento y la conquista de América. Muchos de ellos
salieron de pueblos de Castilla y de Extremadura, donde las gentes sólo de
oídas conocen la misteriosa existencia del mar.
Cocina del R.M.S. Franconia, 1923 |
Otro español va a bordo del Franconia, un joven cocinero, llamado Antonio, valenciano, que trabaja desde los años de la guerra en los buques de la Compañía Cunard. Me hace saber su existencia bautizando todos los días con títulos de mis novelas algunos de los platos que figuran en la extensa lista. Él mismo va por las mañanas a la imprenta del buque para que los tipógrafos ingleses no desfiguren con disparates ortográficos las palabras españolas. En el curso del viaje mi mesa atrae las miradas admirativas de los vecinos por los adornos que figuran en su centro. Este valenciano de gorro blanco es escultor por instinto, y trabaja, valiéndose de un hierro candente, los bloques de hielo que con tanta abundancia produce la máquina especial del Franconia. Esculpe cisnes que parecen de cristal de roca, fortalezas de altos torreones, grandes canastillas de artística labor, y después de llenar con frutas y flores la cavidad de sus obras de hielo, las coloca en mi mesa, siendo su frescura inapreciable regalo cuando navegamos en los trópicos o atravesamos la línea ecuatorial.
Comedor, Clase primera del R.M.S.Franconia |
Durante los primeros días forman grupos los pasajeros
caprichosamente, y estos grupos, una vez consolidados, entablan relaciones
amistosas, como los pueblos cuando se sienten atraídos por una simpatía
sentimental. Las diversiones comunes del buque -bailes, cinematógrafo y
conferencias-facilitan la aproximación.
Baile en un crucero, años 20 |
Nadie se levanta tarde en el Franconia. Los más de sus
ocupantes son aficionados a los deportes y recibieron en la escuela una
educación activa y vigorosa. Al salir el sol se rejuvenece el barco todas las
mañanas. Los pasajeros más madrugadores encuentran ya húmedo y reluciente el
suelo de sus diversas cubiertas. El mar parece que sonríe y balbucea como un niño.
El cielo y el océano tienen la pueril alegría de la aurora. Es el momento de
los ejercicios gimnásticos para fomentar la agilidad corporal, de las
abluciones y nataciones que mantienen la limpieza higiénica de la piel.
1929, foto de George Hoyningene-Huene, bañadores Lelong |
Schiaparelli , Moda 1929 |
A dicha hora el pasaje parece componerse únicamente de
hombres. Si se entreabren las batas de baño sólo se ven pantalones, en los
corredores y en el ascensor. Todas las mujeres llevan pijamas masculinos.
Las más jóvenes menosprecian la inmersión en los lujosos
cuartos de baño y bajan a la piscina, en lo más profundo del buque, para hacer
un alarde elegante de sus habilidades natatorias.
Moda para la playa, 1925, foto: Edward Steichen
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Hombres y mujeres se entregan al deporte acuático con
tranquila camaradería, sin que nadie parezca acordarse de que existe en el
mundo una dualidad de sexos. Las muchachas norteamericanas, grandes, esbeltas,
largas de piernas, con una hermosura gimnástica, llevan por toda vestimenta un
traje de baño cortísimo -lo necesario nada más para cubrir la parte media de su
cuerpo-y una especie de tirantes que se unen sobre sus hombros. Sólo piensan en
suprimir estorbos para moverse con más soltura. No se les ocurre que esta
ligereza de ropas pueda excitar la atención de los varones que nadan en la
misma piscina; y si lo piensan, se lo callan.
Moda de bañadores, años 20 |
A los hombres, aparentemente, no parece interesarles de
manera extraordinaria unas desnudeces a cuya vista están acostumbrados. Me
acuerdo de la avidez óptica que altera con frecuencia la tranquilidad varonil
en los pueblos llamados latinos. Basta que una pierna femenina muestre algunos
centímetros más de lo legislado por la moda, para que los pescuezos de muchos
hombres se estiren, ansiando ver tan extraordinario espectáculo de más cerca, y
para que sus ojos se revuelvan en las órbitas, inquietos y saltones.
Las Frinés nadadoras se despojan aquí tranquilamente de su
manto blanco, quedando sin otro tapujo que la mancha azulo negra de punto de
seda que cubre la sección abdominal de su desnudez; y sin embargo, el
respetable areópago masculino sentado en las orillas marmóreas de la piscina no
se altera ni concentra sus miradas en la seductora aparición. El interés es
únicamente para la que nada mejor, y un estrépito de alegres chapuzones,
llamamientos y risas sube desde el fondo del buque a las últimas cubiertas.
Piscina. años 20 |
Al salir de Nueva York cruzamos un mar poblado de buques. Muchos de ellos son «petroleros» y llevan su chimenea, su máquina y sus camarotes en la popa, para dejar libre todo el resto del casco a los grandes aljibes llenos del peligroso líquido que transportan. Un día después, el mar está menos frecuentado. Ha ido esparciéndose en el infinito la aglomeración naval que se forma cerca de Nueva York. El agua es más azul; el sol más radiante. Se ve que vamos hacia el trópico.
Saliendo de Nueva York, años 30 |
Puesta de Sol en Seybaplaya, México
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Al llegar el ocaso, hora de las visiones caprichosas y mágicas, el sol, que se mantiene muy alto, lejos de la línea del mar, parece una naranja gigantesca inmovilizada en el vacío, contra todas las leyes de la gravitación. Su color pasa del oro amarillo al oro ensangrentado. Se ensombrece por abajo, va palideciendo, sin descender para ocultarse, como otras veces, detrás del mar. Se debilita poco a poco y acaba por extinguirse, siempre inmóvil en lo alto. Es una nubecilla redonda y roja… Luego, nada. Estando en la capital de México presencié muchas veces esta puesta de sol fenomenal, en la que el astro se extingue en pleno cielo, sin descender a la línea del horizonte, sin ocultarse detrás del mar o las montañas.
Cambia el tiempo; el mar empieza a agitarse durante la noche, y al día siguiente el horizonte es gris y las olas oscuras. Se nota la proximidad del canal de Bahama. El Atlántico se inquieta y se encrespa al sentirse oprimido entre la costa de los Estados Unidos y la cadena de las islas bahámicas, tierras avanzadas de las Antillas.
Nave durante una tormenta en el mar (Fotoplatforma)
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Sopla un viento fuerte que levanta polvo líquido de las crestas de las olas. Todas ellas, al avanzar hacia el buque en líneas interminables, llevan sobre su filo un penacho de humo blanquísimo que el viento estira hacia atrás. La luz intermitente del sol, surgiendo de pronto entre las nubes, atraviesa este polvo acuático y lo descompone, matizando su blancura con los colores del iris.Cuando languidece la tarde, el Franconia, a pesar de su triple quilla y todas las precauciones de sus constructores para defenderle de los embates del mar, se mueve de un modo extraordinario.
Otra vez se ha cubierto el cielo de oscuros nubarrones, pero
el sol antes de huir los perfora, lanzando a través de ellos un chorro de oro
color de limón, que corta la atmósfera como la manga de luz de un aparato cinematográfico.
Luego, rompiendo con su peso la bolsa de nubes que le aprisiona, cae en la
línea del horizonte, y al tocarla se estira lo mismo que si el océano lo
sometiese a una enorme succión. Ya no es redondo, se prolonga por abajo y
parece un aerostato de seda escarlata. Repentinamente se apaga, y la noche cae
sobre nosotros de un modo fulminante, como si estallase cubriendo el mundo con
una explosión de sombras.
Tormenta-foto Mark Royo |
Maratón de danza, Playa
Venice, California, c.1924
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Elegancia en un crucero, años 20 |
A la mañana siguiente, el mar tiene en su color y en su ambiente algo que puede llamarse paradisíaco. Marcha el buque a gran velocidad, alcanzando y dejando atrás a otros vapores menos rápidos, y sin embargo parece inmóvil.
Una costa se extiende paralelamente al Franconia. Vemos una
línea amarilla de arena y detrás otra línea verde oscura, formada de bosques.
Los pueblecitos son blancos y con un campanario, como los de Andalucía.
Navegamos ante la Florida, antigua tierra española. Aquí
está la ciudad de San Agustín, la más antigua de los Estados Unidos, fundada
por el conquistador Menéndez de Avilés. Aquí vino mucho antes Ponce de León,
desde su gobierno de Puerto Rico, en busca de la «Fuente de la Juventud»
-eterna esperanza de los hombres-, para que diese nueva savia a su cuerpo,
quebrantado por enfermedades y heridas. Aquí trabajaron, lucharon y murieron
centenares y centenares de españoles, por implantar la civilización cristiana,
un siglo antes de que los primeros ingleses desembarcasen en lo que son hoy los
Estados Unidos.
Hotel Ponce de Leon, San Agustín, Florida |
Voy descubriendo edificios altísimos que a tal distancia me
parecen fábricas. Al examinarlos con unos anteojos potentes me convenzo de que
son hoteles con jardines de palmeras y cocoteros: los famosísimos hoteles de la
Florida, los más caros y elegantes de la tierra, que albergan durante el
invierno a los archimillonarios de Nueva York y Chicago.
El mar toma el tono verde de las aguas poco profundas. Según
avanzamos, se va poblando de isletas redondas como escudos y ribeteadas de
cocoteros. Son los cayos.
El faro en el océano, de Cayo Hueso |
Playa de Florida, años 20 |
Algo revolotea de pronto ante mis ojos: una mariposa de
colores, roja, negra y dorada. Ha volado hasta el buque desde la hermosa tierra
que desarrolla ante nosotros su lomo sinuoso y verde, con altos ramilletes de
árboles.
Un perfume primaveral se desliza a través de la respiración
salada del Atlántico. Es el aliento que nos envía, junto con sus pintados
insectos, una costa que por algo recibió su florido nombre.
Nos sorprende la noche ocupados en la contemplación de esta
península avanzada de los Estados Unidos. Al amanecer el día siguiente, nuestra
curiosidad inquieta de viajeros y la lentitud con que avanza el buque, después
de tres días y medio de marcha veloz, nos empujan a todos a las últimas cubiertas.
Vemos una costa, pero ahora es por la proa; y en ella casas,
jardines, edificios industriales, las avanzadas de una ciudad importante~
Graciosos veleros, dedicados al cabotaje, se deslizan entre nosotros y la
orilla, cortando con sus lonas blancas la penumbra azulada del amanecer.
1925, Habana, Cuba |
Al aumentar la luz vamos encontrando con los ojos la boca de
un puerto, arboladuras de buques sobre sus aguas interiores, una colina junto a
su entrada, y en la cumbre de ella un viejo castillo.
El sol que acaba de nacer asoma su disco de oro tierno por
detrás de una torre, que lo corta, durante algunos segundos, como una barra de
tinta.