Continuando
con el libro ESPAÑA- TIPOS Y TRAJES,en la entrada de hoy se reproduce uno de sus artículos, cuyo autor es Ortega y Gasset. Las imagenes incluidas en el texto no provienen del libro sino que fueron asociadas para ilustrar los comentarios del autor.
Después del artículo,continúo con la publicación de algunas de las fotografías reproducidas del respectivo libro.
Después del artículo,continúo con la publicación de algunas de las fotografías reproducidas del respectivo libro.
PARA UNA
CIENCIA DEL TRAJE POPULAR
Autor: Ortega y Gasset
El fotógrafo José Ortiz Echagüe |
La Piedra, más segura de sí misma, se suele quedar al fondo, donde afirma su dureza geológica. Y, sin embargo, juega consigo misma a curvarse como un junco en el arco, en el portal, a bombearse en la panza de los torreones, a enternecerse en los detalles íntimos de un blasón que florece sobre la sillería granítica.
El Paño, menos confiado en su destino, se adelanta al primer plano, como un tenor, para cantarnos su aria romántica, para que le veamos bien y nos interesemos por su suerte. Tienen también estos trajes extemporáneos, al acercarse a quien contempla las fotografías de Ortiz Echagüe, algo de animales exóticos, que en el Zoo, tras los barrotes, se aproximan al visitante con la esperanza de que les echen algo.
No es
impropia esta imagen que sugieren, porque, en efecto, como muchos animales de
Zoo no existen ya o van muriendo en sus
territorios naturales. Seguramente, el que recorra estas láminas admirables
recibirá una impresión extraña de equívoca mascarada. El pueblo, que si es algo peculiar
es precisamente vida espontánea y que se
ignora a sí misma, aparece aquí como sorprendido de ser tal y cual es, como
representando, por eutrapelia, un papel que algún poeta erudito lo ha
compuesto, es decir, viviendo la
definición que de él ha dado alguien que no es pueblo.
Y es que el
pueblo, capaz de vestir con ingenuidad este indumento, ya no existe o casi no
existe. Donde, por azar, perdura aún, es cuestión de horas su desaparición.
Podrá usar todavía en si vida normal tales anacrónicos atavíos, pero ya ha
decidido arrumbarlos. Por dentro es incompatible con su atuendo. Es la larva
unos minutos antes de rasgar su forma, cuando siente ya bajo elle agitarse la
seda de unas alas definitivas. Haber fijado este instante crítico, equívoco,
irónico, es lo que da, a mi juicio, mayor calidad estética a la obra de Ortiz
Echagüe.
1928 España - Mujeres lagarteras |
Aunque he
caminado bastante por los caminitos de España no conozco más que un rincón donde
el traje popular, tradicional, en vez de retroceder se haya afirmado. Es el
pueblo de Lagartera
¿Quiere decir esto que, por un estrambótico destino, los
vecinos de este lugar vivan hacia atrás y sufran lamentable involución? Todo lo
contrario. Al decidir la repristinación de los viejos atavíos este pueblo
ejercita de la manera más curiosa su modernismo. Lo moderno es la industria y
la explotación. Pues bien, los lagarteranos, que habían ya casi abandonado sus
usos indumentarios, conservaron la tradición de sus bordados. Algunos finos
aficionados pusieron de moda estas labores tan propias para el ornato de las
casas y el bordado lagarterano se convirtió en industria que explota sobre todo
al turista. Pero la industria moderna necesita del reclamo. Y he aquí que como
anuncio de su industria tradicional, resuelve el pueblo entero de Lagartera
rehabilitar sus antiguas ropas. Por las calles de Madrid se ve
pasar a las lagarteranas llevando la mercancía a domicilio: van con sus faldas
huecas y sus colorines, con aire de faisanes.
Raro será
el sitio donde el pueblo no sienta ya como disfraz su traje popular. Esto
significa, prieto resumen, muchas cosas; significa casi entera la lista de
problemas sugestivos que el popular plantea.
Parece
increíble, pero, que yo sepa, no existe un solo estudio sobre el traje popular.
Cien; veces se han descrito los usos
indumentarios de tal o cual país. Pero nadie se ha parado a meditar sobre el
hecho genérico del traje popular, sobre su naturaleza y las leyes de su
variación.
El fenómeno
que acabo de señalar—que nuestro pueblo siente como un disfraz su traje
tradicional—pone de manifiesto, una de esas leyes. Por cierto, sorprendente. Es
ésta. El pueblo no usa todas las épocas históricas un traje popular, sino sólo
en algunas. Por ejemplo, en la que ahora entramos se desnuda de sus pintorescos
y peculiar es ropajes y adopta el traje común, universal. El hecho es
terráqueo. En estos años cuelga el mandarín su vesta cromática de pájaro humano
y se introduce en el inameno completo del europeo. En Turquía Mustafá Kemal
siega en un día todas las chechias de Anatolia y las substituye por él chapeo
occidental. Lo propio acontece en los
pueblecitos de España. Hay, pues, épocas de uniformismo indumentario que hacen
desaparecer los atuendos populares. El Imperio romano fué tiempo de esta índole
e impuso el traje latino desde Palmira a Lusitania, desde el Sahara al Vístula,
desde el Cáucaso a la isla de los britanos.
En cambio, hay otras sazones de heterogeneidad triunfante, en que cada pequeña región da caprichosamente su traje particular.
EDAD ANTIGUA.- TRAJES Y EMBLEMAS DE LOS ROMANOS |
En cambio, hay otras sazones de heterogeneidad triunfante, en que cada pequeña región da caprichosamente su traje particular.
Dentro de
Europa las clases sociales superiores han mantenido siempre un formato común de
vestimenta, bien que modulado
diversamente. Las diferencias radicales eran, en cambio atributo popular.
Conviene,
sin embargo, defenderse de la ilusión óptica que suele producir todo lo
popular, en virtud de la cual nos parece antiquísimo, vetusto y espontáneo. En
realidad, los trajes populares no son más ni menos modas que los usados por las
aristocracias. La única diferencia consiste en que el tempo de variación, de
modificación es mucho más lento en el pueblo. Esta lentitud hace que se olviden
el origen de la vestimenta y que parezca nacida espontáneamente, por mía
profunda y lenta inspiración étnica. De aquí el culto romántico al casticismo de los trajes pueblerinos.
Pero este culto no es más que inocencia.
He aquí un gracioso ejemplo. Revolución popular no ha habido en España más que una: el motín de Squillacce o de las capas y sombreros. La plebe peninsular ha solido mansa. Sufrió todo, soportó todo lo que con ella quiso hacerse. Pero un buen día, los gobernantes ilustrados de Carlos III quisieron adecentarla un poco, quitarle el aspecto pintoresco, estrafalario, extraeuropeo que su manera de vestir le proporcionaba.
Con este fin se publica bando para que todo el mundo recorte sus capas talares y recoja las enormes y caldas alas de los sombreros. El pueblo se sintió ofendido en lo más recóndito de su ser: era como tocarle a la propia alma tocar a su sombrerazo, que solía llamarse chambergo y gacho. Como la guardia walona era la encargada del orden público y tuvo que ocuparse en dar cumplimiento al bando anticastizo, creció la hostilidad que ya de tiempo atrás sentían por ella los barrios bajos de Madrid. Si el bando, que procedía de un extranjero, Squillacce, era ya un atentado sacrilego a la espontaneidad tradicionál del traje popular, la intervención autoritaria de soldados extranjeros acentuaba su carácter antinacional. ¿Reformar el sombrero castizo no era como extirpar al pueblo su más autóctona personalidad? Y, en efecto, por una vez, el pueblo se sublevó y se dedicó a cazar guardias walonas.
He aquí un gracioso ejemplo. Revolución popular no ha habido en España más que una: el motín de Squillacce o de las capas y sombreros. La plebe peninsular ha solido mansa. Sufrió todo, soportó todo lo que con ella quiso hacerse. Pero un buen día, los gobernantes ilustrados de Carlos III quisieron adecentarla un poco, quitarle el aspecto pintoresco, estrafalario, extraeuropeo que su manera de vestir le proporcionaba.
El Motín de Esquilache
Con este fin se publica bando para que todo el mundo recorte sus capas talares y recoja las enormes y caldas alas de los sombreros. El pueblo se sintió ofendido en lo más recóndito de su ser: era como tocarle a la propia alma tocar a su sombrerazo, que solía llamarse chambergo y gacho. Como la guardia walona era la encargada del orden público y tuvo que ocuparse en dar cumplimiento al bando anticastizo, creció la hostilidad que ya de tiempo atrás sentían por ella los barrios bajos de Madrid. Si el bando, que procedía de un extranjero, Squillacce, era ya un atentado sacrilego a la espontaneidad tradicionál del traje popular, la intervención autoritaria de soldados extranjeros acentuaba su carácter antinacional. ¿Reformar el sombrero castizo no era como extirpar al pueblo su más autóctona personalidad? Y, en efecto, por una vez, el pueblo se sublevó y se dedicó a cazar guardias walonas.
TIPOS DE FLANDES |
Así cuentan el hecho los historiadores y no hay nada que rectificar a su relación. Solo les imputo una falta: no decirnos por qué ese sombrero tan castizo, tan consubstancial con la raza madrileña, se llamaba chambergo. La palabra huele enormemente a extranjería. Chambergo viene de Schomberg. ¿Y quién fué Schomberg? Schomberg fué el comandante de la guardia flamenca traída a España en tiempo de Carlos II, aproximadamente un siglo antes del motín de Squillacce. Esta guardia flamenca despertó también la antipatía popular. ¡Irritaban aquellos hombrones barrocos del Norte, tocados con sus enormes sombreros a lo Schomberg! Pero es el caso que, no mucho después, el pueblo matritense adoptó el amplio chapeo extranjero y que dos generaciones más tarde lo consideraba como simbólico fetiche de la más pura casta madrileña. Por defenderlo se entregó denodadamente a linchar guardias walonas, herederos de aquellos a quienes había tomado el sombrero.
Caballero del chambergo, de Nicolás de Villacis, siglo XVII |
Este dato nos invita a reformar nuestra manera de deleitarnos con el traje popular. Su gracia no está en su efectiva antigüedad, sino precisamente en la portentosa ilusión de vetustez, más aún de sin-edad, que el pueblo da a cuanto adopta, aunque sea de ayer. Esta es su peculiar y genial ironía. Mientras las clases superiores acentúan la novedad de cuanto usan y hacen, cayendo siempre, más o menos, en una gesticulación de parvenus, aunque no lo sean, el pueblo parece complacerse en lo contrario y da a su traje y a su canto y a su vocablo pátina de milenio y resonancias inmemoriales.
Ningún
traje popular es autóctono ni eterno, y, sin embargo, todos lo parecen. Esto es
lo interesante, lo sugestivo. En esto revela, efectivamente, la clase inferior
social su potencia de estilo. La auténtica antigüedad de un objeto usado por
ella y sólo por ella, no permitirá reconocer su fuerza de creación artística,
personalísima, impregnadora de cuanta materia toca.
El único indumento popular que es de verdad eterno es él harapo. El mendigo que con fruición dibuja una y otra vez Rembrandt es idéntico al de Goya, y ambos no se diferencian del mendigo medieval. Lo cual—entre paréntesis—nos insinúa sutilmente que, como el harapo, él oficio que simboliza es un modo eterno de ser hombre, un modo radical, invariable, categórico, en comparación con él cual todos los otros modos de ser hombre resultan transitorios, mudables y anecdóticos. El mendigo es acaso la forma más pura de conservarse Adán al través de la Historia. Por ello, nuestro lenguaje vulgar dice del que va harapiento que va hecho un Adán.
Pero
prosigamos un poco más estos primeros apuntes para una historia natural del
traje popular. Hemos dicho que no suele ser muy antiguo; ahora añadamos que su
origen no suele ser popular. ¿De dónde proviene entonces? No cabe duda: de las
aristocracias.
El traje de la hembra popular aragonesa y el de la valenciana son él traje de la dama dieciochesca interpretado en material humilde por oficiales toscos. El traje de la ansotana y de casi todos los valles altos es él traje mundano usado por las señoras a fines de la Edad Media y durante el Renacimiento. ¿Se advierte la curiosa ley que esta observación nos descubre? En las tierras bajas y abiertas él traje popular femenino procede de una moda aristocrática relativamente reciente. Es decir, que la aragonesa adoptó lo que hoy consideramos como su ropa castiza, cuando esa ropa era él uso universal en las clases superiores, en Madrid como en Versalles.
Por tanto, en una época de uniformismo, en que el pueblo no quiere parecer heteróclito ni pintoresco ni castizo. Por el contrario, en las aldeas de alta montaña, en los vallecitos angostos y perdidos del Pirineo, ha quedado retenida una moda aristocrática mucho más antigua. Evidentemente, hubo un tiempo de pleamar, uniformador a fines del Renacimiento, que llevó los usos de vestimenta a la sazón vigentes hasta los últimos pueblos montañeses, como él diluvio elevó el arca de Noé hasta la cima del monte Ararat. Aquella pleamar fué seguida de un reflujo de siglos en que predominó la heterogeneidad en él vestir regional, y las modas popularizadas hacia 1500 quedaron encalladas en la montaña, fijas, estabilizadas. De esta manera los trajes de cada región son como los petrefactos signos de corrientes sociales que un día llegaron hasta allí, depositando en aluvión formas de ornato y vestidura que procedían de los centros urbanos más refinados y remotos.
Moda en el Renacimiento europeo - Nobles |
El traje de la hembra popular aragonesa y el de la valenciana son él traje de la dama dieciochesca interpretado en material humilde por oficiales toscos. El traje de la ansotana y de casi todos los valles altos es él traje mundano usado por las señoras a fines de la Edad Media y durante el Renacimiento. ¿Se advierte la curiosa ley que esta observación nos descubre? En las tierras bajas y abiertas él traje popular femenino procede de una moda aristocrática relativamente reciente. Es decir, que la aragonesa adoptó lo que hoy consideramos como su ropa castiza, cuando esa ropa era él uso universal en las clases superiores, en Madrid como en Versalles.
Por tanto, en una época de uniformismo, en que el pueblo no quiere parecer heteróclito ni pintoresco ni castizo. Por el contrario, en las aldeas de alta montaña, en los vallecitos angostos y perdidos del Pirineo, ha quedado retenida una moda aristocrática mucho más antigua. Evidentemente, hubo un tiempo de pleamar, uniformador a fines del Renacimiento, que llevó los usos de vestimenta a la sazón vigentes hasta los últimos pueblos montañeses, como él diluvio elevó el arca de Noé hasta la cima del monte Ararat. Aquella pleamar fué seguida de un reflujo de siglos en que predominó la heterogeneidad en él vestir regional, y las modas popularizadas hacia 1500 quedaron encalladas en la montaña, fijas, estabilizadas. De esta manera los trajes de cada región son como los petrefactos signos de corrientes sociales que un día llegaron hasta allí, depositando en aluvión formas de ornato y vestidura que procedían de los centros urbanos más refinados y remotos.
Hay, es
cierto, trajes populares femeninos cuya oriundez aristocrática es menos clara.
Pero da la casualidad de que esos trajes parecen todavía menos autóctonos y peculiares
que los citados. Así, él vestido lagarterano es casi un lugar común de toda
Europa: con ligeras diferencias se encuentra en todo él centro y él norte del
Continente. A veces, como ante los trajes de jamalleras o de la nena en traje de fiesta, que Ortiz
Echagüe reproduce maravillosamente, recordando atavíos centroasiáticos o de
Siam.
Trajes en la antigua Creta |
Allá, en el oriente mediterráneo, las mujeres vistieron faldas gitanas hace cuatro milenios. Y—¡curiosa coincidencia!—esas mujeres de Creta asistían con mantillas a corridas de toros. Se conservan trozos de mosaico donde aparecen unas damas contemporáneas del rey Minos, o poco menos, que, desde un palco, contemplan una fiesta tauromáquica. Son unas sevillanas o malagueñas inconfundibles. A mí la cosa no me sorprende demasiado porque desde hace mucho sostengo que los andaluces proceden del Asia Menor y son parientes de los cretenses, de los etruscos y de otros pueblos, hasta hace poco misteriosos, que en cierta altura de la Historia se desparramaron por el Mediterráneo y fundaron Estados admirables, entre ellos Tartasia. En el libro de Schulten puede verse una descripción de la vida tartesia hacia el año 1000 a. d. C, y sorprenderá la identidad de carácter y usos entre aquellos hombres y nuestros floridos contemporáneos los andaluces.
Algunos tipo y trajes españoles
Fotografias de JOSÉ ORTIZ ECHAGÜE - Años 30
CASTILLA -Toledo-Lagartera. – Labores
"Con tal impedimenta en su indumento, la lagarterana trabaja horas y más horas; y es lo curioso que de sus dedos salen esos encajes sutiles, casi ingrávidos, en donde los finos hilillos se entrecruzan milagrosamente, creando dragones, perros fabulosos, monstruos apocalípticos y caprichosas floras imaginarias"
CASTILLA-Toledo-Lagartera.- Jóvenes de fiesta
Originales capotas de las que prenden posteriormente profusión de bordadas cintas Ceñido jubón sobre el que prenden flores de oropel o que cubren con bordadas manteletas. Tales son las prendas que llevan las lagarteranas a los bailes en los días de fiesta.
CASTILLA-Toledo-Lagartera. – Vistiendo a la novia
Esta lujosa y ahuecada falda es la que cubre la larga serie que el rumbo de la familia ha acumulado. Este rumbo vuelve a desbordarse en los múltiples ramos de oropel y numerosas joyas de filigrana de oro que cargan sobre el pecho, oprimido por la ceñida chaquetilla de terciopelo. Para ir a la iglesia se la cubre con blanca mantellina orlada de rico encaje.
CASTILLA-Toledo-Lagartera.- “Jamelleras”
En toda boda de Lagartera hacen de madrinas (jamelleras) las más intimas amigas de la novia. Se visten con los más lujosos atavíos y el principal alarde lo constituye en número de huecas faldas que se superponen. Formarán los seis díasque como mínimo dura la ceremonía el permanente sequito de la novia. Para ir a la iglesia se tocarán siempre, al igual que ella, con la blanca mantellina.
CASTILLA-Toledo-Lagartera. – Madre
Se casó no hará un año, atudó a su marido a recoger la sementera, trabajó sin descanso en el arreglo del humilde hogar y aún ha podido, a fuerza de sudores, tener listo el más diminuto traje del lugar para aquel lindo retoño de sus entrañas.
CASTILLA-Toledo-Lagartera.- Una Viuda
Es muy severo este traje de las viudas en contraste con los demás de Lagartera. Llevan para la iglesia manto negro con borla sobre la frente, como en la mantilla de las ansotanas; las restante prendas, de igual anchoras que las corrientes, pero negras. Su brazo derecho apoya sobre la cera que, arrollada, llevan cubierta con un lienzo y puesta, con las velas, sobre bandeja guarnecida de encaje.
Tipo
Castellano
Es de los
pocos que en Sepúlveda visten aún de corto en los días sonados. No le gusta,
sin embargo; es mucha gaita esa de oír a los vecinos preguntarle con sorna:
¿"Vas a los toros"?
CASTILLA- Turégano.
– Tipos Segovianos
No queda otro traje de mujer más lujoso en él, pueblo; la
falda muy amplia en grana y oro, jubón de terciopelo de estrechas mangas y rica
mitra por montera.
CASTILLA- Segovia.- Alcaldes de Turégano
Es el alcalde saliente, todo erguido, el que está a la
derecha; ha cumplido administrando bien y haciendo andar derechos a los
vecinos; lleva integro el traje castellano. Su sucesor es más humilde,
obedecerá al cacique y así empieza por dejar las abarcas y ponerse las botas
CASTILLA- Segovia. - Viejos de Turégano
Son los más ancianos que aun quedan en el pueblo; por eso visten todavía los arcaicos trajes; los demás vecinos los dejaron ya; los negocios no consienten estos atavíos.
CASTILLA-Segovia. – Los guardas de Pedraza
CASTILLA- Gredos. Lo mejor de la Aldea
En todos los pueblos hay una belleza, ésta es la de Guisando; es pastora, pero el día de fiesta sabe como ninguna llevar a cuestas un enorme moño de picaporte, verdadero monumento del peinado español. Su padre la acompaña. ¡"Es mucho moño el de mi hija"!
ÁVILA- Guisando. – El tío Pedro y las comadres
Todas le respetan y le piden consejos. Al salir de su casa, las comadres vecinas le asedian solicitas, preocupándose de su indumento.
CASTILLA. - Tipo de Ávila
Sombrero de paja con adornos y bordado corazón, sujeto con pañuelo de colores. Pañolón rameado sobre el corpiño. Refajo de rígido lienzo de telar lugareño, y en los bajos, profusíon de chillones bordados. Ostentosas iniciales aseguran la propiedad de la costosa prenda. Tal es el traje que en la provincia de Ávila es aún abundante.
ÁVILA.
–Escopeta, Vinazo y Centeno
Son los apodos con que en el lugar distinguen a estos tres labradores, que hoy se han puesto las mejores ropas. Acuden a Ávila a visitar a la señora. La sementera fué mala, no va a serles posible pagar las rentas. Al regreso hacen alto en la marcha, y el más anciano repite las frases que dijo antes la dueña para tratar de convencerla, lo que sin duda ha logrado con su aguda dialéctica.
ANDALUCÍA. –
Traje andaluz de faralaes
Traje ligero y gracioso éste de faralaes de ajustado corpiño y amplias faldas, llenas de volantes, que las andaluzas suelen confeccionar, casi uniformemente, a base de chillones percales de lunares.
Sobre el cuerpo un breve pañolón, y a veces, para acudir a ferias y romerías, ponen sobre la cabeza breve peineta o un pañuelo de seda de rabiosos colores. Tal es el traje que veis prodigado en cualquier ocasión por toda Andalucía, y que algunos pretenden ser el de más rancio abolengo de toda España, pese a su aire de modernidad
ANDALUCÍA-Sevilla.
– Bailadora en traje de bata
Esta prenda es oriunda de Granada y es la más clásica de Andalucía. generalmente blanca, con amplia cola de volantes y pañuelo de seda de vibrantes colores
ANDALUCÍA-Sevilla.
– Baile
Junto al ferial de ganado levántanse en Sevilla las casetas, donde improvisan bailes durante los días de la feria.
Fuentes: El articulo "Para una ciencia del traje popular" de Ortega y Gasset y las imagenes de las fotografías de José Ortiz Echagüe son reproducidos del libro: España - Tipos y trajes, publicado por "Bolaños y Aguilar" - Madrid (Años 30-40?)
No hay comentarios:
Publicar un comentario