La Habana. Antiguo Palacio Velasco Sarrá en 1935
LA ISLA DEL AZÚCAR
Por VICENTE BLASCO IBAÑEZ
"La vuelta al mundo de un novelista" -Vol. I, 1924/1925
En mi niñez, cuando la isla de Cuba era aún tierra española, no podía oír hablar de La Habana sin que me agitase un sentimiento contradictorio de admiración y de terror.
Era para mí el país del azúcar una ciudad encantada, como
las de los cuentos infantiles, donde las casas debían ser de caramelo y no
había más que agacharse para comer tierra cristalina y dulce. Además, todos
volvían de allá trayendo onzas de oro y hablaban de negritos como los que había
yo visto danzar, desnudos y graciosos, en las funciones de teatro. Pero la
entrada de este paraíso era estrechísima y la guardaban terribles monstruos,
siendo el más carnicero de todos el llamado vómito negro. Muchas veces escuché
la noticia de haber muerto en la isla lejana, hermosa y mortífera, personas a
las que conocí fuertes y animosas en el momento de partir.
Capitolio Nacional de Cuba - años 30's |
Ahora hace años que desapareció para siempre lo que me
infundía enorme terror al pensar en Cuba. En cambio subsiste, cada vez más
amplificada por el progreso, la riqueza de la isla que tanto admiré en mis
infantiles fantasías.
Los norteamericanos, al ocuparla por algún tiempo, se
dedicaron al exterminio del mosquito propagador de la fiebre mortal y al
saneamiento de las tierras encharcadas. Luego, los médicos extranjeros y los
del país, igualmente notables, han acabado por suprimir las antiguas
enfermedades que tan insegura hacían la vida de los viajeros antes de su
aclimatación. Hoy, la más grande de las Antillas es país de salubridad regular
y constante, y La Habana una de las ciudades más higiénicas de la tierra.
Su prosperidad económica ha ido desarrollándose en
proporciones enormes, como su higiene pública. La producción actual de azúcar y
tabaco casi dobla la de pasados tiempos. Su riqueza ha resultado algunas veces
excesiva y perniciosa, dando origen a reacciones de pobreza, como en otros
países jóvenes, de vertiginoso crecimiento.
1904, Plantación de caña de azúcar en Cuba
Una familia negra cubana, en 1907
Si fuese preciso dar un sobrenombre a la capital de Cuba, como los ostentan pueblos y héroes en los poemas homéricos, se la podría llamar Habana la Alegre. Es una ciudad que sonríe al que llega, sin que pueda decirse con certeza dónde está su sonrisa.
Puerto de La Habana, 1910
El litoral del puerto en 1900
Publicidad de la época
Guarda cierto aspecto andaluz de antigua urbe colonial,
construida con arreglo al patrón enviado de Madrid por el Consejo de Indias. La
influencia poderosa de la vecina República de los Estados Unidos, las
comodidades de su civilización material, no han modificado aún su fisonomía
añorada y tranquila de país con tradiciones de raza y un pasado histórico.
Los nuevos monumentos en honor de sus héroes que adornan plazas y paseos resultan desiguales artísticamente: unos son dignos de respeto, otros lamentables, como obras de confitería tierna.
Calle O'Reilly, Habana, 1920s
Calle Obispo, Habana, 1910
Calle Tacon, Habana, 1910
Calle Zanja 1920
Los nuevos monumentos en honor de sus héroes que adornan plazas y paseos resultan desiguales artísticamente: unos son dignos de respeto, otros lamentables, como obras de confitería tierna.
Habana, 1900-1920
Los parques recién trazados
y los nuevos barrios del ensanche de la ciudad resultan magníficos, y parecen
recordar los sucesivos chaparrones de abrumadora riqueza que han caído sobre
este país en los últimos treinta años.
Habana,
Prado, 1910
Mujeres en la Habana, años 20 |
La alegría de La Habana, más que en sus paseos, en sus edificaciones y en el movimiento animado de sus calles, hay que buscarla en el carácter de las gentes; en la franqueza de los cubanos, que algunas veces parece excesiva a los extranjeros; en la belleza de sus mujeres, interesantemente pálidas y con enormes ojos.
He estado dos veces en La Habana por breve tiempo, y en ambas visitas, más que la hermosura de la ciudad atrajeron mi atención dos manifestaciones características de su vida pública que no tienen nada semejante en ningún otro país.
Los periódicos de La Habana y los casinos de La Habana son algo excepcional.
Hotel Continental - Guantanamo, Cuba, 1910
Playa de Marianao, años 20-30
Interior Diario CUBA y su maquinaria rotativa Finales siglo XIX |
Las asociaciones de La Habana pueden competir por su lujo
con los clubs más célebres de la tierra. El comercio, compuesto casi en su
totalidad de españoles, considera obra patriótica la continuación y
desenvolvimiento de sus casinos, anteriores a la independencia del país.
Gran Casino, Havana, Cuba, 1921 (Foto:Villas)
Casino en La Habana de los años 20
Ya están olvidadas las antiguas luchas entre peninsulares y
cubanos. Ahora, unos y otros sienten igual interés por la prosperidad de la
isla. Además, los hijos de los españoles son cubanos, y dentro de las antiguas
sociedades se van confundiendo todos, sin diferencias de origen.
A las organizaciones españolas pertenecen los edificios más grandes y ostentosos de la ciudad. El Círculo de Dependientes de Comercio tiene 40.000 socios, residentes en La Habana. No creo que en Europa ni en los Estados Unidos exista un club tan numeroso.
Negocio Asturiano en la Habana, años 20-30
1910, niñas tocando mandolina en uno de los salones del Centro Asturiano
1910, niñas tocando mandolina en uno de los salones del Centro Asturiano
A las organizaciones españolas pertenecen los edificios más grandes y ostentosos de la ciudad. El Círculo de Dependientes de Comercio tiene 40.000 socios, residentes en La Habana. No creo que en Europa ni en los Estados Unidos exista un club tan numeroso.
Casino Español de la Habana |
El Círculo Gallego es un palacio que guarda en su interior uno de los teatros más grandes de la ciudad. El Casino Español, resumen de las aspiraciones de las diversas sociedades hispánicas con título provincial, posee un salón de mármoles diversos traídos de España y de estucos policromos, que parece el salón del trono en un palacio real.
Todas estas sociedades, uniendo lo útil a lo ostentoso, mantienen en los alrededores de La Habana hospitales y sanatorios, instalados con tanta largueza y tales innovaciones, que de muchas partes vienen a estudiarlos como modelos.
Se nota en La Habana, a las pocas horas de vivir en ella, que es ciudad abundante en dinero. Pero otras ciudades revelan igualmente riqueza y no tienen el aspecto atrayente y simpático de ésta. Es que Habana la Alegre además de tener dinero lo gasta con una tranquilidad y un descuido rayanos en el derroche. Sus teatros son numerosos y están siempre llenos. Sus café y sus bailes nunca carecen de público. Aquí fue donde Caruso y otros cantantes, pagados de un modo inverosímil, obtuvieron sus más altas remuneraciones. En la Opera de La Habana ha llegado a costar una butaca cien pesos oro por noche. Tan irritante pareció a algunos este despilfarro, que protestaron de él bárbaramente, arrojando una bomba en plena función.
Gran Casino, Habana, Cuba, 1921
Gran Casino, Habana, Cuba in 1921 (Foto:Villas)
La Habana, Cuba, Baile en el Havana Yacht Club ,1925
Elegancia en Cuba, años 20-30
Tienda de telas y ropa La Habana alrededor de 1900
Zona comercial Prado y Neptuno, Habana en 1914
Mercado de Tacón, Habana
Esquina de una calle comercial, Habana, Cuba, 1904 (foto: Empresa editorial de Detroit)
Esquina de una calle comercial, Habana, Cuba, 1904 (foto: Empresa editorial de Detroit)
Fuera de La Habana, en los nuevos barrios, son cada vez más numerosos los palacetes particulares. La antigua arquitectura española, con el aditamento de las comodidades de la vida norteamericana, es generalmente la de tales edificios. La jardinería del trópico da una nota de originalidad a estas construcciones, que recuerdan a la vez los patios de Sevilla y los palacios de madera de Long Island.
Residencia cubana
Para el ciudadano de los Estados Unidos descontento silenciosamente de ciertas leyes de su país, La Habana ofrece un atractivo especial. Es una ciudad a las puertas de su patria, donde no impera el llamado «régimen seco». Le basta tomar un buque en Cayo Hueso, al extremo de la Florida, para vivir horas después en la capital de Cuba, donde hay un bar en cada calle. Aquí no sufre retardos en la satisfacción de sus deseos, ni tiene que absorber bebidas contrahechas ofrecidas en secreto. La embriaguez puede ser franca, libre y continua. Pero como es tierra de dinero abundante, derramado con mano pródiga, los hoteles resultan carísimos, así como los otros gastos de viaje, y sólo los ricos pueden pasar el canal de la Florida para venir a emborracharse bajo la bandera cubana.
Bar en la Habana, años 20
Me veo recibido cariñosamente en esta amada ciudad de habla
española. El Municipio me ha declarado su huésped, comisionando al escritor
Rafael Cante, antiguo amigo mío, para que me dirija y me guarde durante el
tiempo que permanezca en La Habana. Simpáticos periodistas de incansable y
sonriente preguntar, jóvenes escritores que revelan su talento en las
curiosidades literarias y las paradojas de su conversación, me acompañan en mis
visitas a las redacciones de los diarios y en los dos banquetes amistosos y sin
ceremonia con que soy obsequiado, a mediodía y por la noche.
Presencio la belleza del crepúsculo tropical en una lujosa
«villa» de las afueras, donde vive con su esposa el joven conde del Rivero,
hijo del célebre fundador de El Diario de la Marina.
Publicada en La Ilustración Artística, Barcelona, 24 de
febrero de 1896
Como el Ayuntamiento ha reservado para mí las mejores habitaciones del Hotel Sevilla -el más caro de la ciudad-, mi amigo Cante se esfuerza por convencerme de que debo quedarme en ellas, volviendo al buque en las primeras horas de la mañana siguiente. Sería mal interpretado que prescindiese yo de usar dichas habitaciones después de haber sido declarado «huésped de honor».
A la una de la madrugada discutimos frente al hotel si debo
o no dormir en tierra. Siento un dolor insistente en una pierna, cierta torpeza
muscular que hace cada vez más pesados sus movimientos. La necesidad de un
pronto descanso me impulsa a admitir las objeciones de mi amigo, pero cuando
entro en el hotel para acostarme, tropiezo con un compañero del Franconia.
Hotel Sevilla-Biltmore, Habana, Cuba, 1924
Es un joven norteamericano, de buenas maneras, un bailarín incansable, que sale del dancing del hotel. En el buque se muestra sobrio; pero aquí, por seguir la rutina de muchos de sus compatriotas y para convencerse de que verdaderamente está en un país libre, se ha embriagado de un modo lastimoso. Me abraza como si viese a un hermano, intenta besarme, enternecido por el encuentro, y me dice que nosotros dos somos los únicos del Franconía que estamos en tierra. Todos los otros se fueron a media noche. El buque zarpará al amanecer, y no a las diez de la mañana como se había anunciado.
Corremos al puerto, solitario y silencioso a esta hora
avanzada, y el amigo Conte consigue que una lancha del gobierno nos lleve hasta
el Franconía, que tiene apagadas la mayor parte de sus luces y parece dormido…
Si ocupo mi cama de honor en el hotel, termina mi viaje alrededor del mundo en
la primera escala.
Cuando al día siguiente despierto, en mi camarote, el buque está navegando hace ya varias horas. Las costas de Cuba se han esfumado en el horizonte. Nos rodea el hermoso mar de las Antillas, en el cual logra descender la luz a grandes profundidades, dando una claridad dorada a las aguas azules.
Cuando al día siguiente despierto, en mi camarote, el buque está navegando hace ya varias horas. Las costas de Cuba se han esfumado en el horizonte. Nos rodea el hermoso mar de las Antillas, en el cual logra descender la luz a grandes profundidades, dando una claridad dorada a las aguas azules.
Habana, Malecon, 1900-1920
Los viajeros, después de haber pasado un día en tierra,
parecen encontrar nuevos atractivos a la vida marítima. En la última cubierta
juegan grupos de señoritas vestidas de blanco y raqueta en mano, interrumpiendo
con risotadas los incidentes de su deporte. Otras empujan discos de madera con
una pala, a través de rectángulos trazados con tiza en el suelo. Más allá
arrojan anillas de cuerda para que se introduzcan en un espigón, o pelotas
enormes que deben entrar por una manga de red. El suelo se estremece con los
galopes de esta juventud de faldas cortas con menudos pliegues, perseguida por
otra juventud que usa camisa de cuello abierto y pantalones de franela.
Suzane Lenglen, campeona en Wimbledon entre 1919-1925
Las señoras hablan del próximo baile de máscaras, el primero de la travesía, que va a ser entre La Habana y Panamá. Cada una guarda el secreto de los disfraces ocultos en sus maletas.
Antes de empezar nuestro viaje, los expertos que lo dirigen,
para evitar errores y olvidos, nos han dado una lista de lo que debemos llevar
con nosotros, y en ella figuran como artículos indispensables un traje de baño
para la gran piscina y varios disfraces para los bailes de máscaras. Esto
último es tan importante como dos pares de gafas negras de recambio para los
países ardientes que vamos a visitar. Con dos disfraces hay bastante por el
momento. Al llegar a los países del Extremo Oriente todos comprarán vestimentas
japonesas, chinas e indostánicas, y los últimos bailes van a ser los más
ostentosos y originales.
Entre estas gentes simpáticas, de trato llano, propensas a
la risa, y que no necesitan para alegrarse de grandes complicaciones, las hay
dispuestas a disfrazarse a todas horas para regocijo de sus compañeros.
1921, El Bal Masque anual en Cleveland, Ohio, el Kokoon Club
(En los años 20, el baile de máscaras o bal masqué, era una forma de entretenimiento muy común.)
El día antes de la llegada a Cuba ha sido domingo. En las ciudades de los Estados Unidos el domingo es el día en que se venden más periódicos. Los grandes diarios publican ediciones extraordinarias, de ochenta o cien páginas, con novelas completas y resúmenes de todas las materias que pueden interesar a cada lector. Desde el amanecer, los vendedores vocean en las calles la enorme edición dominical.
También en el primer domingo, a bordo del Franconía, una voz ronca empieza a gritar por los corredores los títulos de varias publicaciones célebres de Nueva York, como si estuviésemos aún en la metrópoli americana. Las gentes se asoman en traje de dormir a las puertas de sus camarotes. El vendedor callejero es un gentleman casi de dos metros de estatura, un millonario procedente de los Estados del Sur, al que llaman todos «coronel» por tener este grado en la milicia cívica de su ciudad.
Se ha disfrazado de pilluelo y ofrece gravemente periódicos
viejos a todos los que se asoman a las puertas. Los más celebran con una risa,
que puede llamarse americana por lo espontánea y pronta, esta excentricidad del
personaje. Uno de sus compatriotas permanece serio, y le mira con extrañeza, no
pudiendo comprender tal conducta.
- Si no se ríe usted un poco, voy a llorar de pena -dice el
falso vendedor de periódicos.
Y tan cómico resulta el gesto con que el hombretón inicia su
llanto infantil, que el otro se ve obligado a reír corno los demás.
Yo no podré presenciar el primer baile de máscaras del
Franconia. En varios días no veré otra cosa que las paredes de mi camarote.
A las pocas horas de alejarnos de La Habana he quedado
clavado en mi lecho por una parálisis de la pierna izquierda. El médico de a
bordo declara que es una ciática, tal vez a consecuencia de la atmósfera húmeda
del mar. Luego pensamos los dos que bien puede ser por una imprudencia en el
aireamiento de mi habitación.
El Franconia no tiene ventiladores a uso antiguo, con
hélices de molesto y tenaz abejorreo. Cada camarote posee dos pequeñas esferas
de bronce, metidas en alveolos del mismo metal. Estos ojos dorados, cuando
tienen el agujero de su negra pupila hacia adentro e invisible, permanecen
inactivos. Pero basta volverlos, para que de ambos orificios surja una manga
silenciosa y fría que cambia el ambiente del camarote con sus pequeños
huracanes. Durante el anclaje en los puertos, los mosquitos de agua muerta que
se introducen por los ventanos se ven obligados a retroceder, volviéndose con
rabiosos zumbidos por donde vinieron. Los dos chorros mudos los voltean con su
ímpetu, lo mismo que un aeroplano pillado por una tormenta, y les hacen huir
finalmente al otro lado de la pared del buque.
He pasado una noche entera con ambos ventiladores enfilados hacia mi cama. La proximidad del calor de Cuba me hizo emplear este refrescamiento imprudente. Mientras dormía, las dos mangas de helado viento, que hacen funciones de mosquitero, cayeron horas y horas sobre el lugar de mi cuerpo donde ahora siento el llamado nudo ciático.
- Tiene usted para algunos días -dice el médico inglés,
moviendo la cabeza-o Habrá que emplear los rayos violeta… No intente moverse.
¡Bien empieza el viaje alrededor del mundo!
(Continuará...)
Texto:
LA VUELTA AL MUNDO DE UN NOVELISTA (Vol. I) - Vicente Blasco
Ibáñez,
Editado por EDITORIAL PROMETEO en 1924/1925.
Otra vez he vuelto a disfrutar como un enano con el relato de D. Vicente.
ResponderEliminar¡Cuánto ha cambiado la Habana desde su visita! Y hablo de oídas, claro. Porque, desgraciadamente, no tenido el placer de visitarla. :(
He de agradecerte de nuevo el trabajo de recopilación de fotografías que has realizado para ilustrar y adornar maravillosamente el relato.
Ya estoy esperando el sexto capítulo. Jejeje
Abrazos, Marga!!!
Desde 1923, han cambiado muchos sitios del mundo, en mejor o peor, según como se mire… Entre las imágenes del pasado, no podemos encontrar la auténtica realidad de aquel entonces, sino lo que fue considerado merecedor de ser fotografiado y mostrado al mundo: lo novedoso, lo espectacular, lo interesante, etc. Seguramente, la realidad era otra. La gran mayoría de las personas corrientes, los que mantenían la alta sociedad que vemos en las imágenes, las miserias sociales, la pobreza, etc., no se fotografiaban, sino ocasionalmente.
EliminarCuba, tiene una interesante historia que muchos no podemos comprender. Después de los años 50, probablemente no se podía dar trabajo, educación, cultura, salud, vivienda... a todo el pueblo y además, mantener los grandes palacios, los lujos de los casinos, clubes, hoteles, etc, ni a la mafia tejida alrededor de todo esto... No lo sé...
Don Vicente pasó por allá como un turista de lujo, viendo solo aquella “cubierta dulce” de la Isla de azúcar y hoy, mirando estas viejas fotografías seleccionadas, preferimos engañarnos con la idea de que "los tiempos pasados fueron mejores"...
Abrazos!!!
¡Qué recopilación tan extensa y bella! Me encantó la de las niñas con mandolina
ResponderEliminarVine por aquí pues había una foto de esta entrada en el blog de fotos antiguas de Enrique (no Caruso) y decidí visitarte...y luego de ver...decidí también quedarme
¡Saludos desde Venezuela!
Vaya maravilla, he repasado las fotos mas de tres veces.
ResponderEliminarMis felicitaciones por tan extraordinario post.
Si no te importa me quedo ahora que te descubrí.
Te dejo mi blog
elblogdemaku.blogspot.com
Un saludo
Bienvenida a mi blog y a esta Vuelta al mundo!
EliminarGracias por tu compañía y por la invitación a tu interesante blog! Lo seguiré con gusto!
Abrazos!!!
Marga
Si vienen ahora se mueren del corazon
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